Frackquake. Una nueva cosmogonía

Por: Ana Llurba

Fecha de publicación: Julio 15, 2024.

Lee, Russell. Old ranch house near Marfa, Texas. 1939.


From insect to man, from man to spectre, from spectre to plant, 

from plant to galaxy. My works are the irrigation veins of this universal fluid. 

Ana Mendieta

Is there anything more Lovecraftian than the building of a new pipeline, winding its blobbing flutes? 

The question is: How long can the cavernous sentience ride in this modern vehicle?

Reza Negarestani

Les digo, de nuevo, este interrogatorio no tiene sentido. Mándenme a la cárcel, si quieren. O, mejor, por favor, inicien el trámite de mi deportación. Así puedo irme rajando de este lugar. Antes de que pasen más cosas horribles. Ya les he contado todo lo que sé. Todo lo que me acuerdo. Sobre la noche en que Citlali desapareció. Al contrario de lo que ustedes piensan, no oculté ni tergiversé nada de mi testimonio. Y si algunos detalles no están re claros, mi psicóloga me dijo que es por la neblina mental que provocó el trauma. 

Por ejemplo, nunca les negué lo que dijo ese testigo. Ese chico flaquísimo y con ojos tristes que cubre el turno noche de la estación de servicio. El que dijo que nos vio. A mí. Y a Citlali. Dos güeritas, una argentina y otra mexicana, desorientadas, cargadas con cámaras, en la ruta que une Marfa con Big Bend Park. Y es cierto. Les repito, señores policías, no sé qué pasó con Citlali. Solo espero que haya encontrado lo que tanto buscaba. 

Es verdad, como afirman varios conocidos, que durante el último año fui su amiga más cercana. Ella compartió conmigo lo que sabía sobre el pozo Mictlán. Sin embargo, lo que siguió a nuestro viaje hasta allá, ya lo he contado al menos dos veces. Por eso, les vuelvo a decir que no sé nada más aparte de lo que vi y escuché esa noche. Me encantaría, como creo que sospecha el psiquiatra que también me interrogó, que todo fuera solo una alucinación histérica. Pero los documentos avalan lo contrario. 

Antes de solicitar esta beca, ella había investigado sobre la geografía del suroeste texanomexicano. Sabía muchos detalles de antropología y arqueología relacionados con las antiguas tribus aborígenes que habían habitado la zona. Era ambiciosa. Siempre me hablaba emocionada sobre las colosales esculturas y las instalaciones efímeras del Land Art que se habían hecho por allá. Yo la envidiaba. Pero, a pesar de la admiración, me preocupó que Citlali encontrara una conexión entre esos papeles y documentos que ya les entregué.

La coincidencia entre estos documentos tan diferentes era curiosa. Según el informe de U.S. Geological Survey, la actividad sísmica habría aumentado en la zona desde que había empezado el fracking, de la mano de la corporación Trans-Pecos Pipeline. Junto a este informe, había un recorte de un reportaje del Texas Tribune. Mencionaba el hallazgo de huesos humanos en el pozo Mictlán, luego de uno de los recientes temblores en la zona. Basado en fuentes de peritos forenses, el reportaje aclaraba que los huesos provenían de diferentes épocas históricas. Algunos datarían hasta de épocas precolombinas. Y eso descartaría los cadáveres de inmigrantes ilegales enterrados por los carteles. O los cuerpos sin identificar de peones de boca de pozo, cuyos accidentes mortales las petrolíferas encubrían. 

Junto a ellos, una invitación a un ritual. Lo había organizado Energía Menstrual Universal. Su celebración anual de la bendición del útero iba rotando en diferentes lugares del mundo. Este año lo habían realizado en Marfa por invitación de la coordinación de máster. Además de esta invitación con la vagina dentada que era el logo icónico de esta organización, se encontraba una conferencia sobre arqueología mexicana precolombina. 

En ese fragmento de una investigación en proceso se ofrece una traducción de una profecía cifrada en el códice desaparecido, el Amoxtli Miquizlli, o Libros de los Muertos cohahuilteca. De acuerdo con la transcripción del críptico lenguaje de pictografías realizada por la reconocida lingüista y antropóloga Helga Petrona Brinkmann, al igual que en el Chilam Balam, las Revelaciones de San Juan, el Popol Vuh, en ese parágrafo se anunciaría el fin de los tiempos. El Apocalipsis sería provocado por el chotalli, el invasor blanco, y su serpiente gris que corrompe y contamina la Tierra. Ellos despertarán sin querer a Coahuitetl, la serpiente de fuego. En la cosmogonía cohahuilteca, Coahuitetl es la gran diosa de las profundidades tectónicas, representada sin cabeza, con torso femenino abrazado por dos serpientes y un cinturón de calaveras humanas. Esta versión cohauilteca de la gran Coatlicué azteca duerme desde eras geológicas olvidadas en los sedimentos más profundos de los sedimentos de roca. 

Con ese caos intuitivo que guía a la creación artística, Citlali también tenía en su archivo de investigación para su nueva obra, un curioso panfleto de la Iglesia de la Última Salvación. El panfleto advertía sobre la apertura de “La boca del infierno”. La leyenda medieval sobre el retorno de Satanás, quien ascendería a la superficie desde las profundidades subterráneas, transfigurado en un Dragón de Fuego Negro. Lo acompañaban varias ilustraciones de la boca del infierno, como la del Libro de Horas de Catalina de Cleves o la que aparece en El jardín de las delicias de El Bosco. 

Además, había otro recorte periodístico. Una noticia reciente sobre un operativo policial contra la Iglesia de la Última Salvación, tras la denuncia de una organización protectora de animales. Los habían acusado por el sacrificio de treinta cabras, en las cercanías del pozo.

Acerca del origen de estos documentos y el móvil de estas investigaciones:

¿tengo que repetirles que no entendía bien qué buscaba? No soy ni periodista ni detective. Solo soy una humilde fotógrafa. Había llegado a Marfa por puro snobismo cultural: por su leyenda en la historia del arte contemporáneo. Pero sobre todo atraída por su exótico paisaje. No tenía mucha idea de qué iba a hacer acá. Como tampoco tenía una idea muy clara de todo lo que me contaba Citlali. 

Ella era una intensa. Yo la seguía a todas partes más por admiración y ganas de aprender, que por verdadera inclinación a encontrar claves escondidas. Sin embargo, nunca me animé a hacerle ninguna broma al respecto. Era muy carismática y tenía un carácter dominante. Tanto que debo reconocer que, a veces, hasta llegué a tenerle un poco de miedo. Recuerdo cómo me estremecí cuando apareció en mi taller la mañana antes de su desaparición. Me interrumpió mientras charlaba con una escultora islandesa.

Hildur se estaba quejando del temblor que la había despertado la noche anterior. También le habían molestado los alaridos de las acólitas de Energía Menstrual Universal. Se rumoreaba que andaban haciendo rituales con sangre, bajo la luna llena, y que por la noche habían ido hasta uno de los pozos de la zona para organizar un acto de repudio a la Trans-Pecos Pipeline. 

Hacía semanas que yo suspiraba porque aquella chica de soñadores ojos azules conversara conmigo de algo más que ese calor seco que nos asediaba a diario y la vida inhóspita en el desierto. Pero Citlali entró sin saludar, me agarró del brazo y me arrastró hacia afuera. Su rostro estaba rojo por la excitación.

— ¿Lo escuchaste anoche? ¿Lo escuchaste anoche? —me preguntó con insistencia, mientras me miraba de frente y me apretaba de ambos brazos.

Ante mi cara de sorpresa me dijo que un terremoto de escala 5.6 había ocurrido en la zona de Big Bend Park, cerca del pozo Mictlán. Me empujó hasta su taller, que estaba cerca, y me mostró todos los documentos que archivaba.

Entonces me dijo, con su tono mandón de siempre, que teníamos que ir hasta Big Bend Park urgente. Lo había escuchado en la radio. Un periodista había entrevistado a un grupo de peones de boca de pozo. Después del temblor, una grieta de más de unos veinte metros de largo se había abierto ahí. 

Me rasqué la cabeza. Citlali quería recrear la serie Siluetas de Ana Mendieta, donde a través de más de doscientas performances registradas con fotografías y video, la artista cubana se había mimetizado con la naturaleza. Citlali insistió con que teníamos que llegar antes de que la Trans-Pecos rellenara la grieta para volver a su actividad.

Les repito: esto es lo único que yo sabía sobre aquella excursión. La excusa fue una acción, una intervención artística. “Frackquake. Una nueva cosmogonía”. Ese era el nombre con el que Citlali quería bautizarla. Y me había prometido que yo aparecería en los créditos. 

Por eso, si el chico ese, el de la estación de servicio, dice que nos vio juntas antes de que ella desapareciera, seguro que es cierto. Aunque no lo recuerdo con mucha claridad. En mi memoria solo quedó una escena terrible. Lo último que vi antes de desplomarme inconsciente esa noche extraña.

Una luna llena asomaba espléndida sobre el cielo ensangrentado por un crepúsculo fucsia. Cuando vimos la silueta de la bomba de extracción, a unos cien metros del pozo Mictlán, paramos la camioneta. No queríamos que los de seguridad se dieran cuenta de nuestra presencia. Sin embargo, todo estaba en silencio. Las luces de los trailers estaban apagadas. Entonces la vi por primera vez. Nunca había visto nada parecido. Era como si la Tierra mostrara sus entrañas sin pudor. Una grieta abrupta, monumental.

Cargamos la cámara, el trípode, y las linternas. Además, Citlali llevaba medio bidón de gasolina en su mochila. Solo el silbido habitual del viento del desierto acompañó nuestros pasos caminando sobre la roca fracturada. 

En vez de tranquilizarme, esa quietud había detonado aún más mi ansiedad. A medida que nos acercábamos un hedor dulce, como a fruta podrida nos asaltó. Sin embargo, no advertimos ningún resto cadavérico cerca. Seguro que la policía había recogido ya los residuos de los sacrificios. Algo estaba como fuera de lugar. El hedor parecía venir desde adentro de la grieta. Como si la tierra misma estuviera eructando, eliminando gases nauseabundos a través de sus fauces abiertas. 

En una hondonada, donde la fractura se alzaba un poco y se podía capturar una muy buena panorámica del paisaje, le hice un gesto a Citlali. Ese era el escenario perfecto. Por encima del borde, sobre nuestras cabezas, la luna llena, gigante, coronaba esa catacumba natural. No encendimos las linternas. Sus rayos imponentes serían nuestra única iluminación.

Mientras montaba el trípode y preparaba la cámara, Citlali se desnudó frente a mí. Como una ninfa de una pintura prerrafaelita que rindiera culto a una divinidad sombría, su melena colorada cayó sobre su cuerpo pálido y delgado que se exhibió sin pudor ante mis ojos avergonzados. Un rubor extraño me recorrió desde la entrepierna hasta la cabeza. Bajé la vista y encendí la cámara. Citlali ya se había embadurnado todo el cuerpo con nafta. Enfoqué el objetivo hacia su figura. Untada desde los pies hasta la cabeza en esa sustancia oscura, contrastaba con el borde colorado de la roca. 

Mientras ajustaba el foco apuntando hacia su espalda, Citlali se había asomado a la grieta. Entonces lo escuché. Fue como un chasquido. Como una lengua enorme chocando contra un paladar.

Venía de adentro. 

En ese momento, hubo un temblor en la tierra. Pronuncié su nombre con un hilito de voz. Ante la falta de respuesta, hinché los pulmones y le grité que se alejara. Pero ella me seguía dando la espalda, contemplando hacia adentro, fascinada. 

Entonces otro efluvio de gases flatulentos ascendió. Para evitar que me tumbara, retrocedí dos pasos atrás. Intuí que algo se movía adentro. Aún contemplando su espalda embadurnada de negro, noté algo aún más oscuro, como un caudaloso río de un material cadavérico se movía en frente de ella. Eso era lo que la tenía fascinada. Caminé dos pasos hacia la grieta.

—¡Quedate ahí!— me alertó sin siquiera girar la cabeza para mirarme—¡No te acerques!—me gritó con una voz que, ahora lo sé, quizás ya no era la suya. 

Todavía puedo oír, adentro de mi cabeza, la frialdad inhumana de esa última orden. Y también el pánico deslizándose como una lagartija de piel helada por mi espalda. 

Escuché un crujido potente, como de huesos quebrados, seguido de una especie de bostezo monumental. Y, lo juro por mi familia, una lengua negrísima, con reflejos brillantes, como el petróleo, asomó por el borde de la grieta. 

Y arrastró a Citlali hacia adentro. Su aullido de espanto aún retumba en mi recuerdo.

Me quedé sola, paralizada en la oscuridad. En el instante supe que había capturado todo con el ojo implacable de la cámara. Pero entonces la roca volvió a temblar bajo mis pies.

Y otro crujido, seguido de otra ola de efluvios que vino desde abajo. Como si un animal prehistórico estuviera despertándose. Y, apoyado en sus garras, estuviera arrastrándose hasta la superficie. Con la adrenalina bombeando a toda velocidad la sangre por mis venas, salí corriendo. Recién cuando llegué hasta la camioneta advertí que no tenía las llaves, así que seguí corriendo, iluminada solo por la luna llena.

Mientras corría, con la luna gigante a punto de caerse sobre ese desierto colorado, lo sentí. Una amenaza más allá del alcance de la imaginación humana. Y unos segundos después, con la taquicardia y el corazón casi saltando afuera de mi pecho, me caí y me golpeé la cabeza con una piedra. Al día siguiente, desperté entre los mezquitales de Big Bend Park, a varios kilómetros del pozo Mictlán. Un guardia forestal me encontró con un chichón en la cabeza, deshidratada, perdida, confundida. Y, sobre todo, muerta de miedo.

Sé que ustedes no me creen. Pero ya llegará el momento. Por favor, estén atentos. Sigan los titulares, sobre todo los de los medios más sensacionalistas. Ojalá los más serios también presten atención. Se siguen multiplicando a lo largo de toda la red de pozos de Trans-Pecos Pipeline. 

Seguro que escupirá los huesos de Citlali en las próximas horas. O en los próximos años. O siglos. O quizás los guarde en sus entrañas y los expulse dentro de varios eones. Cuando ya no haya ningún ser humano sobre la Tierra para atestiguar los rastros de su venganza.


Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980). Escritora e investigadora. Ha publicado Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr (poesía, Premio Antonio Colinas de Poesía Joven), las novelas La puerta del cielo y Hemoderivadas, los relatos Constelaciones familiares (Premio Celsius de la Semana Negra de Gijón), la memoir Mapas y cicatrices, los ensayos Érase otra vez, Cuentos de hadas contemporáneos y Encarnar al monstruo. Hacia una nueva imaginación especulativa. Fue becaria del MFA bilingüe de Escritura creativa en UTEP, El Paso, Texas, y en la actualidad en el doctorado en Literatura y cultura latinoamericanas en Rutgers, New Jersey. Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, italiano, polaco, lituano, alemán e inglés. Vive con Zulú, un gato muy extrovertido y con un potus que no para de crecer.


Para citar: Llurba, Ana. “Frackquake. Una nueva cosmogonía.” Signatura, vol. 3, julio 15, 2024, URL: https://www.humanidadesambientales.com/signatura/071524-v3-llurba

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