Del fuego alegórico: la magia de los intérpretes ambientales
Por: Isabel Arciniegas Guaneme
Fecha de publicación: Julio 15, 2024.
Kristian me dijo que también había tomado la chiva de las siete de la mañana, confirmando que montábamos el mismo vehículo, sentados cada uno sin saber dónde estaba ni tampoco cómo lucía el otro. Los pasajeros de la chiva charlaban con mucho ánimo, el volumen era alto y parecían resistir al fresco del bosque: hablaban más duro que el frío que entraba por la carrocería sin puertas ni ventanas de la chiva. Resultaba difícil no dejarse llenar de la energía de la mañana. Kristian me informó por WhatsApp que la persona saludando en la última fila era él, señal que confirmé con otro saludo entre el movimiento de cuerpos. La chiva se detuvo en lo que parecía ser el ocaso de la vía destapada y ahí nos bajamos, Kristian y yo, cada uno desde su asiento, junto a otros desconocidos que rápidamente desaparecieron con sus cosas. La introducción fue rápida y nerviosa de mi parte: era la primera vez que hablábamos en persona desde que lo contacté para una entrevista sobre su trabajo como activista ambiental en la cuenca del Río Otún de Pereira, en Colombia. Kristian señaló una casa al costado izquierdo del camino como el lugar para empezar a conversar; juntos cruzamos la malla metálica que la rodeaba y en la que descansaban un par de bicicletas de montaña. Él cruzó la puerta de la casa y yo esperé en el descanso que inauguraba las dos alas del interior: de un lado, mesas con mantel dispuestas como restaurante; del otro, puertas entreabiertas que colaban la visión de un par de camarotes listos para la siguiente visita. Kristian emergió con Víctor y se hicieron las presentaciones: Kristian, intérprete ambiental, fotógrafo y activista ambiental; Víctor, dueño de la cabaña El Cedral, y también activista; y yo, estudiante de antropología buscando documentar el cómo del activismo ambiental. Mucho gusto. Víctor saludó a Kristian de un abrazo que aducía conversaciones pasadas y, desde esa cariñosa efusividad, nos ofreció desayuno a modo de bienvenida. Era el 25 de Julio del 2021.
Nos sentamos a desayunar en el afuera de la cabaña, las sillas todavía cubiertas por una membrana de rocío. El predio tenía forma de cuadrado oblicuo, más ancho del lado de la vía, más corto hacia el fondo –hacia el río–, un pedazo de tierra limpio de árboles, ubicado donde termina la carretera y empieza la trocha (muy estrecha) que sube hacia el Parque Nacional Natural Los Nevados. Ahí, en ese punto intermedio entre los caminos, Víctor y su familia habían erigido a El Cedral, un hostal para ecoturistas y parador de ciclistas aficionados. Comenté, a modo de inicio, que me llamaba la atención el verde saturado del musgo que cubría piedras y troncos caídos. Asociaba esa brillantez del color con la imagen de un paisaje impoluto del pulgar opositor. Mi interpretación del paisaje se parecía a una de esas ideas de naturaleza que describe William Cronon en su crítica de lo salvaje: una estética Edénica que lucía tan mágica como indómita, dejada en paz y, por tanto, demasiado verde y vieja, como si se tratara de la morada de lo sobrenatural [1]. En contestación a mis especulaciones Víctor respondió, divertido, que esa tonalidad del musgo era, de hecho, signo de que el bosque y sus animales estaban bien. Sacó el celular para mostrar fotos de su amigo Mocho, una danta de montaña que acostumbra a merodear la cabaña con frecuencia. Científicos nacionales le auguran un futuro improbable a esta especie de megaherbívoro: a la danta le tumban la casa para sembrar cultivos y vacas; también la cazan, pues su piel es bella y hay partes de su cuerpo que son consideradas mágicas [2]. Pero en El Cedral la danta tiene espacios continuos de bosque para mantener una población estable, muchas hojas jóvenes de hierbas, árboles y arbustos para satisfacer el mega apetito vegetariano de esta “jardinera del bosque”, además de un río bien limpio. Kristian intervino y me advirtió –como también advierte Cronon de los paisajes en apariencia impolutos– que lo que mis ojos estaban viendo no era Edénico en tanto no era “nativo”: relató la deforestación masiva del bosque que comenzó en la mitad del siglo diecinueve, cuando llegaron colonos lanzados al desmonte para pastura, carrileras y catedrales. A mediados del siguiente siglo, el río Otún fue calificado como sujeto de interés por su capacidad esencial de mantener la vida humana, y así muchas pasturas fueron expropiadas por la autoridad ambiental y posteriormente reforestadas [3], en una regeneración manual que pareciera cosmopolita, pero que Kristian tildaba de improvisada en un tono nativista [4]: el Sangre de Drago, árbol sudamericano, terminó siendo vecino del Urapán, originario de Asia, en una combinación de especies nativas y extranjeras que de todos modos terminaron fundando ese barrio verde y brillante donde Mocho se paseaba.
Hicimos una pausa en la charla. Duró hasta que Kristian se percató de que Pedro estaba de paso por la cabaña y lo invitó a la mesa. Pedro se presentó como un campesino productor y comerciante de queso, dueño de una finca aledaña a la Laguna El Otún en el corazón del Parque Nacional Natural Los Nevados. Contó que su abuelo, un colono, llegó a la montaña en 1935, deforestó un pedazo para montar una finca de ganado lechero y producir queso, actividad productiva que heredó la siguiente generación, y la siguiente, de la que Pedro y su familia hacen parte. Sin embargo, aclaró, los cambios en el manejo ambiental a través de los años han traído tensiones peligrosas para la familia. El establecimiento de Los Nevados en 1973 cambió las cosas: la casa y la actividad productiva de Pedro y su familia se tornaron como no permitidas dentro de las nuevas regulaciones. La concepción de “Parques”, como nombraban estos tres hombres a la autoridad encargada de “control y vigilancia” ambiental en Colombia, era intransigente y contradictoria. Que todavía la finca no hubiera sido comprada por Parques, continuó Pedro, fue debido a su terquedad por quedarse donde su familia lo había plantado, desafiando las órdenes de desplazamiento forzado de los guardaparques. El asunto no solamente era la finca, con su casa, su cocina, el poco humo que pudiera salir de la estufa, ni su música, ni la mínima basura que su familia producía, ni los constantes viajes a caballo por la misma trocha por la que caminan los viajeros a la cumbre del nevado, ni la espuma del lavado de la ropa, sino el ganado que pastaba en las inmediaciones. Un área de pastoreo vacuno por allá arriba –un paisaje de frailejones contorneado de árboles enanos– es un pedazo de vegetación tumbada en la que se ha sembrado pasto en su lugar. Y sobre ese claro paramuno, en sí mismo una violación de las regulaciones, los de “Parques” elaboran otras acusaciones contra Pedro fundamentadas en el principio de prevención, es decir, una proyección especulativa basada en el peor escenario de lo que podría causar “el ganado”, así no sea el de Pedro: las vacas en constante paseo, con sus cuerpos robustos y sus cascos pesados, ejercen un estrés compresor sobre ese tipo de suelo musgoso –especialmente frágil y poroso– alterando inintencionadamente los canales de agua subterráneos. Su apetito vegetariano, además, puede devorar tantos individuos de una sola especie verde que podría modificar las dinámicas de reproducción, competencia y colaboración de las plantas que componen ese ecosistema. Y su excremento, bacterioso, puede viajar hasta los afluentes del río [5]. Dijo Pedro que los guardaparques señalan el pastoreo de sus vacas como un contaminante alarmante del río Otún, y contaba —con un tono que delataba su rabia— que lo tienen en la mira, que lo presionan constantemente para que cambie su actividad productiva para que no produzca más queso, que eso no, que mejor se prenda de la ola del turismo, que eso rinde más, hay más gente, se evita problemas, le iría mejor. Pero Pedro se mantiene renuente, considera el turismo como una actividad impredecible, fluctuante, dependiente de otros factores que no puede controlar; diferente a lo que sí puede controlar en su haber de décadas de experiencia con sus vacas, sus métodos de producción estables, y su red de clientes fijos.
Pedro se paró de la mesa, regresaba a su finca cabalgando por la trocha en un caballo blanco que había quedado en el establo mientras conversábamos. Se despidió de Víctor y de Kristian con un ademán que pareció familiar, y todos fuimos hasta el establo para despedirlo. Salieron Pedro y el caballo en su ensamble hasta desaparecer por la trocha angosta. Su camino hasta la finca –la casa de ambos– era largo: primero debían atravesar lo que quedaba del Parque Regional Ucumarí –donde estaba El Cedral– para luego entrar a Los Nevados. Después, el caballo debía subir todavía más, cuesta arriba, hasta su casa, enclavada en un extenso claro del bosque hecho en parte por el abuelo de Pedro y mantenido en su misma extensión a lo largo de dos generaciones. Los que quedamos entramos a la casa, era tiempo del almuerzo. Volvimos al relato de Pedro. Víctor tildó de contradictorias las acusaciones de los guardaparques y yo confesé que no había entendido del todo la naturaleza de esa contradicción, que no sabría cómo escribir si no lo entendía. Con el lapicero que se asomaba de su bolsillo dibujó sobre una hoja de papel una línea curva que señalaba el río Otún y, con esa línea como punto de partida, dibujó otras tantas que se extendían hacia distintas partes. Mientras observaba el dibujo de Víctor, Kristian llegó a mi lado y abrió su mano, revelando una hoja de una planta, apenas más grande que el centro de su palma. La giró y juntos observamos el reverso a contraluz, me dijo que para entender tenía que pensar al río como una formación dendrita [6]: la vena principal que atraviesa la hoja al medio es el río, y las otras venas, más delgadas, las que se desprenden de la principal, son los afluentes que alimentan y son alimentados por el río. Así como en la nerviosidad de la hoja, los guardaparques saben que el río Otún no es una única línea que baja desde el lago Otún hasta el acueducto, saben que es una maraña compleja de cuerpos de agua superficiales y subterráneos que entran y salen de los límites de las áreas protegidas, es decir, que entran y salen de Los Nevados, de Ucumarí y del Otún-Quimbaya –otra área protegida más al sur– y hasta se desplaza por donde no está “protegido”. Cada una de las figuras sobre el papel se corresponde con diversas regulaciones de lo que se puede o no se puede hacer, regulaciones que son progresivamente más flexibles a medida que el río desciende en forma de cuenca desde la montaña. Cómo era posible que Pedro recibiera tal intimidación con tan pocas vacas, en tan poca extensión de tierra, con una historia familiar paramuna de casi cien años, conociendo el río como lo conocía y sabiendo de tantas otras vacas en tantas otras orillas, en mayor cantidad, más bocas rumiando, más vegetación arrancada, más cascos pisando el suelo frágil.
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Gracias a Kristian por su paciencia y amabilidad para guiarme en mis preguntas incipientes. A Víctor y a su cabaña El Cedral, y a Pedro, por charlar con una desconocida. También a Ángela Mejía G., candidata a doctorado en Geografía en Temple University, por ayudarme con la generación de las imágenes satelitales de Planet y por discutir pacientemente este relato etnográfico que enreda los criterios de las regulaciones ambientales. Gracias a Sandra Shapshay, profe de CUNY, quien me animó a continuar escribiendo sobre este caso, y a quien le quedo debiendo la exploración del método cognitivo-visceral de los intérpretes ambientales. Y a Jose por siempre leerme.
Notas
[1] Cronon, William. 1996. “The Trouble with Wilderness: Or, Getting Back to the Wrong Nature.” Environmental History 1(1):7–28. doi: 10.2307/3985059. Cronon contraargumenta la apreciación de lo “salvaje” como el lugar en el que el ser humano está completamente fuera de lo “natural”, siendo esta una de las ideas que sostuvo la creación de los parques naturales en Estados Unidos. Para una historia socioambiental de los parques nacionales en Colombia recomiendo el interesantísimo artículo de Claudia Leal sobre la historia de la Reserva de la Sierra de la Macarena y de cómo los parques fueron creados primordialmente para la exploración científica: Leal León, Claudia. 2019. “Un tesoro reservado para la ciencia. El inusual comienzo de la conservación de la naturaleza en Colombia (décadas de 1940 y 1950).” Historia Crítica (74):95–126. doi: 10.7440/histcrit74.2019.05.
[2] Parra, Angela et al. 2021. Programa de Conservación de La Danta de Montaña (Tapirus Pinchaque) en Parques Nacionales Naturales de Colombia. Parques Nacionales Naturales de Colombia, Iniciativa de Conservación de Tapires de Colombia (CTC) / IUCN SSC Tapir Specialist Group y Proyecto de Conservación de Aguas y Tierras - ProCAT Colombia. Bogotá, D.C. Colombia. 78 pp.
[3] Esta historia de deforestación y posterior reforestación de lo que se conoce hoy como el Parque Natural Regional Ucumarí está mayormente basada en el relato de Kristian, junto a otras fuentes primarias y secundarias. Sobre la historia natural de la cuenca se puede consultar el Plan de Manejo del Santuario Fauna y Flora de Otún-Quimbaya, y la tesis doctoral del geógrafo Jorge Andrés Rivera Pabón: Pabón, Jorge Andrés Rivera. 2014. “Del período precolombino al mito fundacional de Pereira: Cien siglos de historia previa.” Revista de Antropología y Sociología: Virajes 16(2):67–102. Sobre el río como sujeto de protección, se puede consultar la creación del área protegida de Ucumarí, Acuerdo No. 037 del 16 de Diciembre de 1987 de la CARDER (Corporación Autónoma Regional de Risaralda).
[4] Sobre la distinción entre especies “nativas” y “extranjeras” (y a veces “invasoras”) recomiendo el siguiente artículo: Raffles, Hugh. 2017. “Against Purity.” Social Research: An International Quarterly 84(1):171–82.
[5] Vargas Ríos, Orlando. 2013. “Disturbios en los páramos andinos.” Pp. 39–57 in Visión socioecosistémica de los páramos y la alta montaña colombiana. Memorias del proceso de definición de criterios para la delimitación de páramos. Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt.
[6] Sobre la fascinante coincidencia de encontrar la misma formación dendrita en ríos, árboles, o pulmones recomiendo leer a Miguel, Antonio F. 2014. “Dendritic Design as an Archetype for Growth Patterns in Nature: Fractal and Constructal Views.” Frontiers in Physics 2. doi: 10.3389/fphy.2014.00009.
Isabel Arciniegas Guaneme (Armenia, Colombia, 1988). Estudió Diseño de Medios Interactivos en la Universidad Icesi de Cali, y ahora es estudiante del doctorado en Antropología en The New School for Social Research. Trabaja la relación entre naturaleza y paz en Colombia investigando la temporalidad de las relaciones entre especies que se producen durante caminatas colectivas. Antes de llegar a New York, trabajó durante siete años como diseñadora gráfica freelance para eventos, seminarios y publicaciones, y también como profesora de producción audiovisual para estudiantes de ciencias sociales en la Universidad Icesi. Actualmente está escribiendo una memoria de Perla, su perra de compañía.
Para citar: Arciniegas Guaneme, Isabel. “Del fuego alegórico: la magia de los intérpretes ambientales.” Signatura, vol. 3, julio 15, 2024 URL: https://www.humanidadesambientales.com/signatura/071524-v3-arciniegas