Los museos de la selva

Por: Edmon Castell

Fecha de publicación: Julio 15, 2024.

Karte für Band VIII der von Bry herausgegebenen Amerikabeschreibung Kartograf: Walter Raleigh (1554-1618)


Existe un espectro museal que habita entre las penumbras de ese espacio de vegetación viva y entretejida que llamamos “selva”. Se trata de un conjunto de comunidades de prácticas museales muy heterogéneas que, en Colombia, no cuenta todavía con un reconocimiento institucional —ni tampoco con un estatuto diferenciado dentro del panorama de los museos—. Llamaremos museos de selva a este espectro museal conformado por museos comunitarios, museos indígenas, mambeaderos urbanos, lugares de memoria, museos etnográficos, casas de conciencia, centros de interpretación, museos de sitio… 

Sin vocación de uniformidad, los museos de selva han puesto de manifiesto y en relieve una pluralidad de prácticas de comunidades que hacen museografía acerca de la selva, con la selva y desde la selva. Constituyen, desde un punto de vista museológico, una especie de apuesta consciente —o implícita— para hacer aparecer, en el «régimen de lo visible», la selva y las comunidades que la habitan. Y como los archivos vivos, muchos de esos espacios son performáticos y efímeros.

Los museos de selva fueron inicialmente pensados “desde la realidad concreta de espacios museales [...] que tienen exposiciones, o colecciones que hablan sobre el Amazonas y que, sobre todo, están en la selva Amazónica. Su contexto es la selva. Viven y se relacionan con los habitantes de la selva [...]” (Cortés Ocazionez, 2023:49). En un segundo sentido, la conceptualización de los museos de selva tenía que ver con el hecho de 

“pensar la selva como producto cultural, no sólo estar, sino cómo se representa, con qué imágenes, y eso lo pueden hacer incluso espacios que no tienen presencia directamente en algún lugar amazónico, en un lugar selvático, sino que es la selva el producto sobre el cual trabajan, que piensan, imaginan.” (Cure, 2017) 

Más allá de su heterogeneidad y aparente debilidad institucional, los museos de selva dan cuenta de un mundo, el de la selva, que puede interpretarse como un espacio históricamente en disputa, en conflicto material y simbólico. Como concreción de historias y contextos diversos, los museos de selva pueden ser pensados como comunidades de prácticas que, desde los territorios de ese mundo que llamamos selva, han cuidado —y cuidan— la gente y la vida, resistiendo y revirtiendo viejos y nuevos extractivismos, viejas y nuevas colonizaciones políticas y ontológicas. 

Los museos de selva contribuyen cada vez más a comprender la selva como un espacio vivo y reflexivo que permite pensar holísticamente las interrelaciones entre las personas, la flora y la fauna. Son experiencias museales que aspiran a crear y dar cuenta de nuevos sentidos plurales de la paz, como una voluntad de coexistencia y diálogo entre viejas y nuevas subjetividades políticas. Lo que llamamos museos de selva se ha configurado progresivamente en espacios críticos y en diálogo con el mundo presente, en donde es posible hablar de injusticias históricas, reafirmaciones y resistencias culturales. Desde una perspectiva benjaminiana, en estos espacios 

“[...] no hay ningún final de la Historia, no hay última palabra, la pelea es interminable: la vida recomienza todo el rato. La temporalidad emancipadora es la del proceso, la del continuo, la de lo interminable. Recomenzar no es repetir, sino partir de lo que hay y crear algo distinto. Toda creación es recreación. Nada de lo que fue está realmente concluido, se puede prolongar siempre. Reanimar y reactivar las potencias del pasado. Aprendamos de las comunidades indígenas que vivieron su propio fin del mundo hace 500 años y resisten, insisten, siguen existiendo”. (Fernández-Savater, 2022)

Estos espacios museales se plantean cómo su cultura material puede ser contada desde los sentidos, significados y valores de las comunidades históricamente discriminadas —como las comunidades indígenas y afrodescendientes en Colombia—, incorporando las transformaciones vividas por la gente y las resignificaciones de ciertas prácticas muy diversas en lugares que no encajan del todo con lo que, hasta ahora, se había concebido como «museo», en su sentido codificado, tanto académica como institucionalmente. Precisamente, como resultado de los debates y reflexiones propiciadas por las museologías críticas y radicales, muchos museos en el mundo abordan, de forma plenamente consciente e intencionada, temas políticos, sociales y culturales que tienen que ver con la inclusión, la exclusión, la segregación social, la diversidad, la desposesión, las desigualdades de género, la rabia histórica, el racismo, etc. 

Como sucede con la obra literaria La Vorágine, los museos de selva pueden ilustrarnos sobre las heridas históricas, sociales y ambientales, todavía abiertas hoy en día, por el mundo que trajo la colonización y el desarrollo hace ya más de quinientos años y que actualmente llamamos capitalismo o sistema liberal. Pero los museos de selva no solo nos pueden ayudar a interpretar la selva como un espacio sometido a la violencia estructural —ejercida por el «jardín» colonial—, sino también a verla y sentirla como un ejemplo de resistencias pasadas y una fuente de inspiración para las presentes (Casassas, 2022).

Por todo ello, es justo a través de los museos de selva que es posible hacer aflorar las múltiples subjetividades negadas, negativizadas e invisibilizadas que se engarzan con nuevas formas de estar, de habitar, de ser, de querer que se traducen en nuevos valores, praxis, creencias y, también, en nuevos territorios de la vida. Precisamente, el reconocimiento de los aportes de colectivos —como el de las mujeres— en diferentes lugares, ámbitos y momentos de la historia reciente en Colombia y América Latina, así como sus luchas para la consecución de derechos o de resistencia frente a las violencias, constituye uno de los principales argumentos de la pertinencia social de los museos de selva para pensar la historia y la sociedad desde otras perspectivas. Precisamente, algo que une a muchos museos de selva es precisamente que “no están sujetos a una tradición disciplinaria, sino que exploran y desarrollan conceptos museológicos propios y defienden en este sentido la diversidad que existe en la selva y el reconocimiento que debe darse a la naturaleza y a otros seres que la habitan” (Cortés Ocazionez, 2023:58).

Estas praxis de resignificación cultural aglutinan espacios y experiencias muy diversas que constituyen una valiosa alternativa museal en un contexto social y cultural muy desequilibrado que, por otro lado, están dando lugar también a un nuevo tipo de pensamiento museológico que, más allá de los límites de las disciplinas y de forma provisional, podría reconocerse como “geoactivista”.

Los «museos de selva» son un territorio ético que no ha sido atendido todavía por el pensamiento museológico. A pesar del desconocimiento relativo de las comunidades de prácticas museales que han cuidado a la gente y la vida en y desde los territorios, los museos de selva contribuyen cada vez más a comprender la selva -y otros espacios geográficos- como un espacio vivo y reflexivo que permite pensar las interrelaciones entre las personas, la flora y la fauna. 

En el límite de las disciplinas, los «museos de selva» configuran una especie de “diplomacia cósmica” (Kohn, 2020), como espacios de afinidades y amistades multiespecies, siempre sensibles a las afectaciones del patrimonio ambiental que conecta con los cuerpos y seres sintientes que habitan las selvas de Colombia y el mundo.

De esta forma, frente a la lógica del capital que ha convertido la cultura humana en una fuerza de la naturaleza, los museos de selva son una invitación a emprender un viaje que va más allá de los umbrales de nuestra racionalidad. Un viaje para «encontrar formas de cultivar el pensamiento silvestre como una orientación ética que pueda alentarnos a pensar con y cómo aquellos que no somos nosotros» (Manari Ushigua, citada en Kohn, 2020). 

Al igual que La Vorágine, los museos de selva pueden dejarnos ver la selva como una poderosa «imagen dialéctica», vibrante y desestabilizadora, que nos acerca al pensamiento humano y «más-que-humano» que resiste y re-existe en las selvas de América.


Referencias

  • Casassas Sanz, A. (2022). Història a contrapel: Interpretació i actualització de les Tesis sobre el concepte d’història de Walter Benjamin [Tesis de pregrado]. Universitat Autònoma de Barcelona. 

  • Cortés-Ocazionez, I. (2023). “Sanaduría, corazonar y tejer un proyecto museográfico participativo y colaborativo que pluraliza los sentidos de paz en Colombia”. Cuadiernu, revista internacional de patrimonio, museología social, memoria y territorio, 12.

  • Cure, S. (2017). Entrevista radial en el programa Museos en contexto sobre el III Seminario de los Museos de Selva. UNradio. el 30 de julio de 2017. 

  • Fernández-Savater, A. (2022) “El Apocalipsis Ya Fue.” Ctxt.Es | Contexto y Acción Num 288. ctxt.es/es/20220901/Firmas/40765/apocalipsis-colapso-individualismo-amador-fernandez-savater.htm.

  • Kohn, E. (2020). Cómo piensan los bosques. Hacia una antropología más allá de lo humano. Abya Yala.


Edmon Castell. Se formó como geógrafo y museólogo por la Universitat de Barcelona. Es profesor asociado de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia y, desde el 2022, se desempeña como coordinador académico de la Maestría en Museología y Gestión del Patrimonio.


Para citar: Castell, Edmon. “Los museos de la selva.” Signatura, vol. 3, julio 15, 2024 URL: https://www.humanidadesambientales.com/signatura/071524-v3-castell

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