El manejo del fuego

Por: Cecilia Lis García

Fecha de publicación: Julio 15, 2024.

Las crónicas no dejan de anunciar incendios que invaden biomas nativos. Preservarlos es una de las necesidades más urgentes, aunque si el DNU y la Ley Ómnibus se aprueban, los nuevos focos ya no serán relevados ni asistidos por los organismos públicos responsables. No es solo un problema de bosques en llamas; es el reflejo incómodo de nuestra relación con la naturaleza y entre nosotros mismos. ¿Cómo nos interpela el fuego? ¿Estamos a tiempo de imaginar nuevas percepciones, una visión más integrada de lo que implica como entidad natural, inextinguible e indefinible frente a todo intento deshumanizante? Una versión del ensayo fue publicada en la revista Anfibia, con el apoyo de la UNSAM.


Quebrachos, itíes, algarrobos, caraguaratás, palmares, molles, samuhús, aromitos y guaraninás: las especies que pueblan este Gran Chaco saben evolucionar para adaptarse a los cambios destinados geológicamente. Si vas a algún lugar a conectar con la naturaleza vas a ver un monte con plantas llenas de espinas: es su forma de resistir a las sequías. La arboleda contiene su savia y la reparte entre hojas y espinas para aguantar esos periodos áridos. La flora se adapta a todo tipo de calores menos al de los incendios. Ante las llamas se vuelve combustible que nutre la voracidad de un fuego que expresa lo que tanta natura calla. 

Chaco tiene uno de los biomas boscosos más importantes de América. Este verano, la amenaza de los incendios mermó. Quizás como consecuencia de lo que se hizo en el último tiempo para defender nuestro monte: se mapeó lo que aún está en pie para planificar su conservación; se equipó a las brigadas de bomberos forestales; se creó un área de riesgo ambiental que todos los días monitoreaba archivos de sequía y focos de calor susceptibles a volverse posibles incendios; se declararon nuevas reservas naturales, parques nacionales y áreas protegidas; se implementaron corredores biodiversos y hubo capacitaciones en parajes de toda la provincia sobre la realidad ecológica. Estas acciones fueron impulsadas desde la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Territorial Sostenible, cuya continuidad hoy está en juego por la posición negacionista del nuevo gobierno. La ley no protegió de igual manera sus bosques del desmonte: según el nuevo informe de Greenpeace, en 2023 Chaco alcanzó el récord anual de las hectáreas deforestadas en nuestro país. 

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El sonido del fuego se expande a la velocidad del viento, se escucha como si estuviese al lado tuyo aunque esté ardiendo a kilómetros. Esa multidimensionalidad también se esparce con el humo, alerta y enhebrante horda de muerte y trasmutación que borronea estrellas, cortezas y casas. Al día siguiente, el manto gris y el olor a quemado, las libélulas, pirinchos y caranchos, los idiomas, las pérdidas se superponen espejando la manera que tenemos de habitar este suelo impenetrable.

Las crónicas recientes cuentan sobre incendios accidentales que invaden biomas nativos en continuo riesgo. En nuestro país y en Chile el avance de la actividad forestal y el acelere tecnocapitalista complican su rescate y regeneración, aunque la necesidad de preservarlos es lo más urgente. Lo mismo ha sucedido en Canadá, Australia, Grecia y Hawaii. Todos estos episodios que la naturaleza expone una y otra y otra vez ante nuestros ojos atónitos son resultado de la ciclicidad entre el cambio climático, la codicia humana y la indiferencia y/o especulación gubernamental mundial, o su inmundicia bélica. Extensiones de bosques nativos, alguna vez fuente y hogar de biodiversidad y coexistencia vital, se convierten en restos retorcidos de un despliegue literalmente asfixiante y desolador de lo humano. 

¿Cuál es nuestra percepción, interpelades por esa entidad llamada fuego en sus dimensiones e intensidades? ¿Cómo encontrar una manera de coexistir en términos de respeto y cuidado, de preservación y convivencia, con las demás formas de vida que comparten su hábitat planetario con nosotrxs? Cohabitar en red es la consigna. Y pensar, imaginar, crear y arriesgar nuevas opciones que ayuden a alcanzar una visión más integrada y consciente de lo que el fuego implica. El fuego como parte de la cadena de producción de dispositivos tecnológicos ineludibles en esta vida en términos tecnocénicos, de mutaciones ambientales y crisis epistémica de sentidos. Y el fuego como entidad natural, inextinguible e indefinible frente a todo intento deshumanizante.  

El fuego es también carne y reflejo de valores contradictorios. 

”El fuego nos sugiere la idea de cambiar, de atropellar el tiempo, de empujar la vida hasta su término, hasta su más allá (...) El fuego y el calor suministran medios de explicación en los campos más variados porque ambos son para nosotros fuente de recuerdos imperecederos, de experiencias personales, simples y decisivas. El fuego es un fenómeno privilegiado que puede explicarlo todo. Si todo aquello que cambia lentamente se explica por la vida, lo que cambia velozmente se explica por el fuego. El fuego es lo ultra-vivo. El fuego es íntimo y universal. Vive en nuestro corazón”, escribió en los años 70 el filósofo y poeta Gastón Bachelard en El psicoanálisis del fuego

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–Ey, ey, ey. No te duermas.

Santiago Motorizado extiende el pulso prometeico, la chispa argenta. Su canción Fuego surca fuerte, más que nunca, hidrante y vibrante hasta el patio, hacia la plaza, hacia el cielo y sus yungas, sus montes.

¿Podemos tomar esa conexión interior como el calmar (o sofocar) nuestras aspiraciones antropocenas y animarnos/obligarnos a ser solidarios, de nuevo gentiles, entendiendo y distinguiendo en ese arder y disolverse de vidas algún camino en común? La sabiduría ígnea tiene sus modos de enseñanza y su propia verdad de propagarse in crescendo para revelar lo que está fuera de lugar, nuestra cultura occidecadente. 

Todo el universo depende de eso.

Todo el universo depende de eso.

Todo el universo depende de eso…

Cuando la humareda se propaga cubre cielos, montes, humedales, animales, ciudades, hogares y familias de toda especie, arrasa la posibilidad de salir a caminar sin mareos, sin tos o dificultad para respirar o ver. Las llamas revelan lo inconsistente de nuestra manada, o de nuestro sistema de vida adherido a ellas, sin piedad ni retorno. 

Como resistencia surgieron, por ejemplo, la Multisectorial Humedales de Rosario y su coordinación en defensa de la cuenca del Delta del Paraná (que en pandemia vio convertirse en cenizas más de un millón de hectáreas), las iniciativas de la Asamblea Correntina Basta de Quemas y la ONG Defensores del Pastizal en Corrientes. En Córdoba, Unides por el Monte, Asamblea por el Monte y Arde Córdoba muestran cómo la población afectada también se agrupa, concreta ese amparo civil que teje una forma de resistencia que reúne a productores agropecuarios, apicultores, artesanos y a la ciudadanía entera, incluidos funcionarios del orden municipal y provincial. Se trata de refrenar el avance de la devastación y declarar el estado de emergencia, no exclusivamente económico sino también ambiental. 

Si el DNU y la Ley Ómnibus de Javier Milei prosperan, se terminan los Reportes Oficiales Diarios de Incendios Forestales —los nuevos focos ya no son relevados ni asistidos por los organismos responsables—. Se recorta la Ley 26.562 de Presupuestos Mínimos para el Control de Actividades de Quema —nuestros bosques y montes quedan a disposición, autorizando la “quema tácita” de campos que se destinen a fines productivos—. De este lado de los tiempos y en este continente, Bolsonaro dejó el rastro irreparable de su manejo político-material del fuego sobre la Amazonia, asfixiando casi al exterminio a uno de los biomas más importantes para el desarrollo de nuestra vida planetaria, con los efectos devastadores de generar más sequía y desbalances en esta matriz planetaria, en sus ríos y espejos de agua vitales, biodiversos, sagrados.  

Además de Santiago Motorizado, en mi playlist suena Horacio Salgán junto a la Orquesta Filiberto. A fuego lento: ese tango, decía Salgán, se inicia dentro de un “clima musical ´obsesivo´, siempre dentro de los cánones de lo milonguero. Después de una parte melódica, vuelve, hasta el final, a marcar ese ritmo avasallante y atrapador que lo distingue". Al conjurar esa pulsión salganiana podemos percibir la avanzada crítico-creativa que nos ayude a entender la constante amenaza que calcina tierras, hogares, vidas, futuros.  

Mientras que en nuestra cultura occidental se asocia al fuego con la figura deforme y hábil de Hefesto (el dios del fuego), las epistemologías de nuestros pueblos originarios le expresan su venerable y silente respeto al situarlo como eje de toda la comunidad (fuego ritual) y como centro de cada individuo (fuego espíritu). 

En este presente de voracidades antropocenas superpuestas, de fuegos cruzados en conflictos inauditos, el fuego cristaliza y transmuta las memorias de lo que devora y disuelve. Ciudades y territorios devastados en una misma hoguera, como en ese rito de ceniza y cuenta regresiva que relata Cortázar en Todos los fuegos el fuego: “Va a ser duro, hay viento del norte. Vamos”. 

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Panta rhei: todo fluye y refluye. Heráclito y los estoicos hicieron de este elemento y su esencia en transformación un principio cosmogónico. Otro de los mitos fundantes de nuestra cultura habla de Prometeo y el hecho de habernos otorgado al fuego como técnica humana para la aceleración de la vida. En ese devenir de nuestra cultura también deberíamos haber leído la necesidad de sofisticar nuestro saber pirocinético para dejar de tenerle miedo, para aprender a beber de sus sinergias empoderantes en vez de estar huyendo de sus consecuencias. 

Los incendios forestales contemporáneos no son solo un problema de bosques en llamas. Son el reflejo incómodo de nuestra relación con la naturaleza y entre nosotros mismos. 

Gaia y sus ciclos nos sobrevivirán. Este planeta Tierra seguirá pulsando (una garantía que nuestra especie no posee). De un mundo que cambia surgen nuevas preguntas. ¿Qué vamos a hacer con toda esta negligencia calculada? ¿Podremos organizarnos como humanidad para cuidarnos y prevenir futuros incendios? ¿Estaremos a tiempo de tomar estas decisiones o nuestra capacidad de discernir se nos apagará antes, evolutivamente?


Cecilia Lis García nació en 1981. Es Licenciada en Filosofía. Docente investigadora de la Facultad de Artes, Diseño y Ciencias de la Cultura (FADyCC – UNNE). Productora y gestora transmedial. Coordina y desarrolla de forma autogestiva proyectos transmediales en relación al arte como medio de experimentación y reflexión, integrando lenguajes provenientes de diferentes ámbitos artísticos y científicos. A partir de la realización e investigación de procesos interdisciplinares de base ecosófica, realiza curadurías y dispositivos transicionales desde un enfoque tecnodiverso.


Para citar: García, Cecilia Lis. “El manejo del fuego.” Signatura, vol. 3, julio 15, 2024, URL: https://www.humanidadesambientales.com/signatura/071524-v3-garcia

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