La chagra en medio del cemento
Por: Julián David Moreno Ardila, Huerta Siatá
Fecha de publicación: Diciembre 01, 2024
En el norte de la ciudad de Bogotá, en el barrio Prado Pinzón, junto al cauce artificial del río Córdoba está ubicada la Huerta Siatá [1]. Este espacio se empezó a construir a finales del 2020 por jóvenes del barrio que, debido a la pandemia por COVID19, pasaban mucho tiempo en el sector y pretendían crear un espacio para compostar y sembrar la chagra. Se trata de una zona verde con algunos árboles y cobertura vegetal. Allí se empezaron a hacer ‘pacas digestoras’[2] con algunos vecinos del sector. Al cabo de unos meses más, jóvenes, adultos e incluso adultos mayores se sumaron al proyecto y empezaron a sembrar alimento y medicina sobre las pacas usándolas como camas de cultivo elevadas. La huerta se ha convertido en un lugar de encuentro para las personas que, por la pandemia, dejaron de asistir presencialmente a sus lugares de estudio o trabajo. De igual forma, durante el Paro Nacional del 2021, fue un punto de encuentro para la realización de asambleas barriales y locales; incluso se consolidó un proceso denominado Red de Huertas de Suba Oriental que agrupaba otros espacios de siembra del sector.
Semillas, tierra y agua: la vida como red de interdependencias
Cada domingo la jornada de trabajo en la Huerta empieza por la realización de la paca. Para ello se recogen hojas secas y ramas caídas, se traen residuos vegetales de cada casa para mezclar y picar todo de manera que se descomponga más rápido. De estas pacas es de donde viene el abono que se usa para sembrar. Al llegar a un espacio que no tenía plantas comestibles o medicinales era necesario sembrarlas, empezar desde cero. Por lo tanto, las pacas fueron la primera tecnología que ayudaría en este proceso: el de crear un suelo sano y fértil.
Para sembrar se necesitan, por lo menos, tres elementos: tierra, agua y semillas. Muchos de quienes iniciamos el proceso de la Huerta no teníamos experiencia sembrando, de manera que al hacerlo por primera vez surgieron varias inquietudes: ¿de dónde vienen aquellos elementos necesarios para sembrar? En primer lugar, se reflexionó sobre la importancia de los páramos, los ríos y la lluvia, pues son las tres principales fuentes del agua que utilizamos cotidianamente. En segundo lugar, se dialogó acerca de las semillas: son las plantas quienes las producen y gracias al viento y animales polinizadores logran reproducirse. Por último, se pensó sobre la tierra: esta nace de la descomposición de la materia; son las bacterias y los hongos en conjunto con las lombrices e insectos quienes se encargan de producir tierra fértil sobre la cual se puede sembrar. A través de dicho diálogo se hizo evidente que ninguno de estos elementos depende de nosotros los humanos, son otros seres y elementos quienes a través de su acción producen y nos ofrecen lo básico para que podamos sembrar.
Dicha reflexión provocó una serie de dudas respecto la relación que, en tanto jóvenes urbanos, teníamos con otros seres: ¿por qué despreciamos tanto a los insectos o las lombrices si son ellos quienes nos permiten vivir? ¿Por qué contaminamos las fuentes hídricas y destruimos los ecosistemas que nos ofrecen el agua? Estas preguntas revelaron, para muchos en la huerta, el carácter antropocéntrico que hay en nuestra sociedad. La experiencia de sembrar nos mostró que la vida se constituye como una red de interdependencias: es imposible continuar nuestra existencia material sin la acción de muchos otros seres. La lombriz (imagen 2), por más pequeña e insignificante que parezca en el imaginario citadino, es directamente responsable de crear una tierra llena de nutrientes y, por lo tanto, garantiza nuestra propia supervivencia.
Las semillas están germinando: el milagro de la vida y el regreso al asombro
Pasados unos días o tal vez un par de semanas, sobre las chagras se vislumbran pequeños destellos verdes: ¡son las semillas que están germinando! En esta fase del trabajo es muy importante verificar que la tierra esté protegida del sol y bien regada para que nazcan las semillas con facilidad. Sin embargo, parte del proceso de sembrar es también el de confiar y esperar. No existe una manera intencional en que podamos hacer que una semilla germine. Este es otro carácter particular de la siembra que casi no se ve en otras dimensiones del trabajo humano: el tiempo de lo distinto.
El filósofo Byung-Chul Han anota lo siguiente:
el tiempo del jardín es un tiempo de lo distinto. El jardín tiene su propio tiempo, sobre el que yo no puedo disponer. Cada planta tiene su propio tiempo específico. En el jardín se entrecruzan muchos tiempos específicos. (2020: 25).
Esta es una reflexión pertinente para explicar el asombro que se vive cuando germina una semilla: si bien se puede elegir la mejor tierra y sembrar la semilla más adecuada con el riego perfecto nunca se tiene la certeza de que esta vaya a germinar. La experiencia está siempre mediada por un acto de fe: no se puede disponer de la certeza cuando se siembra. La tierra y las semillas son impredecibles, por lo que amenazan el carácter racional y calculador contemporáneo, al mismo tiempo que producen una mirada diferente que surge del asombro.
Esta nueva mirada del asombro reconfigura la relación con el territorio en tanto que no se entiende la siembra o la tierra como un proceso meramente mecánico en el que se siguen unas instrucciones y se obtiene siempre el mismo resultado. Por el contrario, el proceso se vive como algo ajeno, algo sobre lo que no se tiene control y es, por tanto, una aventura. Así lo destaca también Byung-Chul Han:
Cuando se estudia más detenidamente su historia [la del Planeta Tierra], se siente una profunda veneración por la tierra […]. Debemos volver a aprender a asombrarnos de la tierra, de su belleza y su extrañeza, de su singularidad. En el jardín experimento que la tierra es magia, enigma y misterio. (2020: 32)
Estas nuevas sensaciones y emociones parten de este particular relacionamiento que se produce al acercarnos a la tierra con la disposición de aprender a sembrar, de observar cómo se reproduce la vida y la muerte en ella. La huerta, para quienes crecimos en la ciudad, se configura como un espacio en donde el tiempo se dispone para el cuidado y el compartir; al no depender alimentariamente de ella, se convierte en un laboratorio en donde se puede explorar y observar el tiempo de lo distinto, el de las plantas y sus propios ritmos. La biodinámica es justamente una herramienta que aprendimos en la huerta: al estudiar la relación del calendario lunar y el mundo vegetal y comprobar su eficacia no sólo pensamos en el aumento de la salud de los cultivos en tanto que productividad, replicando la lógica utilitarista-extractivista; por el contrario, este saber se traduce en una sensibilidad nueva, la relación de los fenómenos astronómicos como otro factor a tener presente en nuestro propio jardín. Existe, por lo tanto, una correspondencia entre lo enorme y lo pequeño para quienes atendemos con cuidado a esa relación.
Cosechar los frutos: la dicha de la vida y la muerte
Después de que las semillas brotan y el tiempo transcurre, poco a poco crecen las plantas, y brotan las flores y hojas de un sinfín de tamaños y colores. La tierra se reviste de nuevos aromas y texturas invitando a aves, mariposas y demás insectos a llenar de vida la Huerta. Luego vienen los frutos: ya sean los cubios creciendo bajo la tierra o los fríjoles extendiéndose sobre las ramas más altas, cada planta dispone de su tiempo y, por lo tanto, de su muerte. Para cosechar es importante verificar que el fruto esté maduro, pues es de este que vamos a seleccionar la semilla para sembrar de nuevo. En la Huerta cuando se cosecha se suele hacer un gran compartir: se invita a los vecinos para ayudar a levantar la tierra o bajar los frutos, se comparte lo que de allí se recoge y se selecciona una parte para volver a sembrar.
La cosecha es evidencia del carácter circular de los procesos de la tierra: todo lo que de ella brota después muere para descomponerse y regresar al ciclo. En la Huerta se dedica una buena cantidad de tiempo eligiendo los frutos que se encuentran mejor, para de allí tomar las semillas más grandes y sanas. Cada planta madura de manera diferente y es importante reconocer esas diferencias para no recogerlas antes de tiempo. Al seleccionar lo mejor de la cosecha, lo que se pretende es garantizar cada vez mejores semillas: más resistentes, grandes y nutritivas. Las semillas más fuertes son separadas de las que se reparten para el autoconsumo, posteriormente se siembran de nuevo con la esperanza de que de estas brotarán de nuevo muchas más, igual o aún más bondadosas que como fueron entregadas antes.
De manera que, de nuevo, el oficio de la siembra agroecológica refuerza el principio de la confianza como una de las bases de la relación entre cultores y territorio. Seleccionar lo mejor para que regrese a la tierra significa pensar más allá de nosotros y del presente, significa que hay en la semilla un regalo infinito que permanece intacto si se sabe cuidar. A pesar de que no existe una certeza de que vayan a germinar, se eligen las mejores semillas porque se pretende con ello asegurar mejores cultivos y alimentos para el futuro. Sembrar es, por lo tanto, un acto de esperanza. A través de la experiencia de cuidado, los jóvenes urbanos aprendemos a sembrar, cuidar, cosechar. Como se ha visto, cada parte del proceso produce unas reflexiones específicas que, con el tiempo, germinan en nuevas sensibilidades ecológicas. A este proceso podría llamársele el pensamiento-compostaje: a partir de una mezcla de residuos-preguntas poco a poco se va produciendo algo nuevo, algo que se descompone pero no muere, sino que se vuelve un entorno fértil sobre lo que puede crecer la vida. Así, al observar atentamente, la Huerta se revela como el lugar en donde la vida y la muerte se muestran como procesos necesarios dentro del gran tejido del universo.
La conclusión es evidente. La experiencia de cuidado de una huerta plantea una serie de desafíos para los jóvenes urbanos: pensar más allá de sí mismos. Esto se puede evidenciar no sólo en las formas de organización del trabajo y la toma de decisiones en comunidad; sino especialmente por la disposición que requiere el cuidado de una chagra. Atender a los tiempos de lo distinto, en este caso de las plantas, por ejemplo, requiere de preguntas y reflexiones que no sólo se conviertan en datos o información para acumular. Se trata aquí de la posibilidad de generar nuevas sensibilidades, es decir, otras formas de acercarnos y relacionarnos con los seres que nos rodean. Hay, entonces, un desplazamiento ontológico: los humanos no somos el centro, la vida es una red, un tejido de interdependencias y por lo tanto hay que observar con atención nuestro territorio.
Notas
[1] Este artículo nace de la investigación en proceso que realizo para la Maestría en Estudios Sociales en la Universidad del Rosario y de mi proceso personal como huertero y custodio de semillas.
[2] Palabra creada a partir de dos vocablos en muysccubun, la lengua del pueblo Muisca, quienes habitaban mayoritariamente estos territorios antes de la colonización: Sía o Xhía, el espíritu del agua o la vida, y Tá que significa siembra. Es decir, la siembra del espíritu del agua o la siembra del espíritu de la vida.
[3] La ‘Paca’ o ‘Paca Biodigestora’ es una tecnología co-creada por el ingeniero ambiental Guillermo Silva Pérez que sirve para compostar residuos vegetales y animales de manera anaeróbica, sin oxígeno, y sin generar malos olores ni atraer animales.
Referencias citadas
Han, Byung-Chul (2020). Loa a la Tierra: Un viaje al Jardín. Barcelona: Herder.
Julián David Moreno Ardila: Aprendiz de músicas de la diáspora afrocaribeña y sociólogo de la Universidad del Rosario nacido en Muyquitá (Bogotá), en medio del bosque altoandino. Huertero urbano e investigador sobre agroecología. Interesado en las sensibilidades ecológicas y el pensamiento sobre lo más-que-humano.
Huerta Siatá:
Para citar: Moreno Ardila, Julián David; Huerta Siatá . “La chagra en medio del cemento: sensibilidades ecológicas en la experiencia de cuidado” Signatura, vol. 4.1, diciembre 1, 2024 URL: https://www.humanidadesambientales.com/signatura/120124-v4-moreno-siata